El espejo en el espejo by Michael Ende

El espejo en el espejo by Michael Ende

autor:Michael Ende [ENDE, Michael]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
publicado: 1982-12-31T16:00:00+00:00


El trotamundos decidió concluir su caminata por las callejuelas de aquella ciudad de puerto. Y con ello puso fin a su viaje por los barrios bajos y palacios de todas las demás ciudades, por los pueblos, campamentos y ermitas, por todos los desiertos y selvas de la tierra. Se sentó en los sucios escalones de piedras que conducían a la puerta de una casa estrecha y alta —un burdel chino, a juzgar por el farolillo que había encima de la puerta—, cruzó las manos sobre el puño de su bastón, apoyó la barbilla encima y miró fijamente, sin ver nada, los automóviles y tranvías que pasaban haciendo un ruido estruendoso. De un segundo a otro había perdido toda la curiosidad, todas las ganas de continuar su gran viaje. No se prometía ya lo más mínimo de ello.

Había visto todas las maravillas y misterios del mundo. Conocía la columna flotante de adularia del templo de Tiamat y las torres de cristal de Manhattan; había bebido del geiser de sangre de la Isla de Hod y hablado sobre la naturaleza del destino con el caballero ciego de la biblioteca de Buenos Aires; había llevado en el dedo el anillo de la reina Mrabatan, que confiere poder sobre la memoria de la Humanidad, y había caminado por las calles en llamas de la ciudad de Eldis, cuya entrada jamás había sido permitida a ningún extranjero; le habían llevado en su litera de acero por las naves de maquinaria de Detroit y había logrado pasar la noche en el laberinto de la Cloaca Máxima de Roma sin perder la razón ante las apariciones del pasado y del futuro que libran allí todas las noches sus espectrales batallas. Había visto una infinidad de cosas, pero todos aquellos misterios no le importaban. El suyo no había estado entre ellos. Y como no lo había encontrado, todos los demás permanecieron mudos.

Si no hubiese empezado nunca ese viaje, al menos le habría quedado el sueño de que en algún lugar del mundo existía la señal que estaba dirigida a él, que le hablaba en un idioma que sólo él comprendía, que era la clave del enigma de su propia existencia. Pero ahora tenía que admitir que no existía nada semejante. Si era verdad que esta tierra sólo reflejaba las infinitas fuerzas y formas del universo como una esfera de plata pulida, entonces era un error creer que la patria del hombre era el universo, ya que no había nada que uniese su naturaleza con éste. Pero si desde un principio y para siempre era un extraño en él, entonces el universo era muy pequeño, ¡demasiado pequeño!

El viajero se asustó un poco y miró hacia atrás porque una muchacha asiática de piel oscura, que llevaba un sencillo vestido azul gris, le preguntó en voz baja y humilde si le permitía pedir al distinguido caballero que aceptase los deficientes servicios de su indigna persona. Al mismo tiempo señaló con un gesto obsequioso a un pequeño vehículo plano que ella había



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